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CETERIS PARIBUS
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Marxismo cultural y exilio cubano/ Diálogo con Octavio Armand

Luis Reguillo Sánchez/Leandro Morales: Octavio, escandalar no salió letrada de tu cabeza como armada Atenea de la cabeza de Zeus. Otros conspiraron contigo para que un proyecto de la complejidad estética e intelectual como escandalar fuera primero concebido y luego hecho realidad. ¿Quieres recordar esos otros que contigo idearon e hicieron posible la publicación de escandalar?


Octavio Armand: Como sospecho que me lanzan este dardo desde Roma, comienzo con un paréntesis que aspira a clásico pero se queda en pedante y que incluirá un latinajo: Horacio le recordó a Octavio que aunque había sido comparado con Zeus la cuestión no pasaba de ser sino una comparación. Ustedes horacianamente, solo que al revés, y en joda, no en oda, parten de una comparación anticipada pero negativa. Por supuesto que escandalar nada tiene que ver con un parto tan extraordinario: Atenea nace de un dios macho, poderosísimo, cuyo entrecejo fruncido dominaba al mundo – cuncta supercilio moventis --, y nace de su cabeza, seminal, generadora, útero masculino que desplaza hacia arriba la anatomía procreadora y paridora. Imagino que los dolores de parto serían cefalalgias. Atenea nace de la cabeza de Zeus; escandalar nace de la mía. Ni Zeus ni Suez tienen nada que ver conmigo ni con la revista. Acabo de invocar al mítico dios padre invirtiendo su nombre, reduciéndolo a palíndromo, cuatro letras en idas y vueltas revueltas, para quitarme medio siglo y enmarcarme en el temprano deslumbramiento, que no alumbramiento, por la vanguardia. La inveterada costumbre de torcer, morder y hasta sacudir las palabras, buscando tras el sinsentido un sentido otro, que preste o devuelva vigor a lo exhausto, denota una perdurable admiración por Huidobro, cuyo Altazor no ha dejado de tener hechizo. Sin embargo, soy rigurosamente ateo en cuanto al pequeño dios del creacionista chileno. Mi primera persona, con la cual me llevo bastante bien y a la cual me siento unido, no tiene asidero alguno en teología o mística. No me siento ni mal ni incómodo en mí, pero ni siquiera con exceso de vino me consideraría divino: agnóstico, me dudo, y ateo, me niego. No creo en mi yo, punto. escandalar (siempre en minúsculas) fue mi respuesta a la invitación de Víctor Batista Falla, el amigo que la patrocinó. Jamás había pensado en la posibilidad de dirigir una revista. La poca experiencia que tenía en manejo editorial se la debo a mi participación en Escolios, fundada y capitaneada en Los Angeles por Roberto Cantú, mexicano de Jalisco, no te rajes, y pilar de mi cardio desde hace más de cuatro décadas. A esa poca experiencia hay que sumar mi admiración por algunas revistas que me sirvieron, no de modelo, sí de orientación, como Orígenes y Plural.


En Una tarjeta postal para Jorge Ferrer he resumido algunos de los hitos que marcaron el rumbo y el horizonte de escandalar. Cuando en el año 1977 Víctor me planteó la posibilidad de la aventura, sugerí que la nao tuviera dos capitanes, dos co-directores: Lorenzo García Vega y yo. Víctor, creo que con razón, dijo que convenía uno, y quería que fuera yo. Acepté. Tuve unos meses para definir el proyecto. En esta fase conceptual -- por lo visto aquí se van a llevar una sorpresa – trabajé solo, absolutamente solo, como cuando sueño o escribo un poema.


Decidí el título, que a muchos iba a sugerir escándalo, escandalizar, pero que resultaba ser todo lo contrario; decidí, como si se tratara de una receta culinaria, acerca de ingredientes y proporciones, poniendo el acento en poesía, pero sin descuidar ensayo, narrativa y traducciones; decidí que fuera literaria, o sea, deslindada de lo que entonces se solía hacer: revistas con mirillas y sobre todo miras académicas, lo cual implicó un costo para mí, ya que tuve que rechazar bastante material no solicitado que, aunque fuera de calidad, no rimaba con el viento que llevaban nuestras velas; decidí, además, que no fuera un gueto ni se convirtiera en uno, tampoco que se prestara como asta donde izar consignas, banderas ni ideologías, sin que esto obstara para contar con un núcleo cubano, del cual siempre formaron parte Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy y Lorenzo García Vega.

La realización del proyecto hubiera sido imposible de no haber contado con el apoyo de un excelente consejo de redacción. Entre sus integrantes: Octavio Paz, Javier Sologuren, Julio Ramón Ribeyro y Mark Strand, quien fuera un puente, un gran puente con la literatura norteamericana, sobre todo en poesía. El equipo contó con el diseño gráfico de mi hermano, Luis, que se ocupó de todo en este sentido, incluso la portada, nuestro reiterado homenaje tácito a Josef Albers; contamos con Roberto Cantú para asuntos relacionados con la imprenta, que siempre estuvo en Los Angeles, inusitado orto del planeta escandalar; y además con la diligencia administrativa de Celeste Urban para que pudiéramos establecer escandalar, inc., una not-for-profit corporation, esto con ayuda de un voluntariado legal que incluyó, en su origen, a los estudiantes de derecho de la Universidad de Columbia, y para garantizar, dado el escrutinio ínsito en dicha condición legal, un manejo transparente del financiamiento, que precisamente por provenir de un amigo de confianza no podía convertirse en abuso de confianza: por esta persona jurídica, mi persona tercera, que no primera, o sea yo como sujeto de derecho, tuvo que asistir un par de veces a encuentros con inspectores del IRS, el Internal Revenue Service, que es como conversar con Torquemada o Ramirito Valdés.


Luis R. /Leandro M.: Es evidente, desde el primer número de escandalar al último, la importancia de las traducciones. No podría ser de otra manera. Las traducciones en una revista conforman filiaciones y alianzas intelectuales (éticas y estéticas), pero también continuidades y discontinuidades en el tiempo, hacia atrás y hacia adelante. Claro, siempre con el presente (que es el tiempo fenoménico de las revistas) como plano de proyección. Es decir, en una revista se traducen las obras de unos autores borrando (traduciendo) consciente o inconscientemente, las obras de otros. Precisamente el vocablo borrar, que esgrimes en tu ensayo sobre la poesía de Strand, mienta lo que la labor de traducir es en esencia: indeterminación entre lo propio y lo ajeno, entre lo familiar y lo extraño, entre lo próximo y lo distante. Esas instancias (lo propio, lo ajeno, lo distante, lo próximo, lo extraño, lo local, lo cosmopolita, lo central, lo marginal, lo conocido, lo desconocido) conviven en el cronotopo escandalar. Luego, lo que la traducción evidencia es lo que toda revista borra en tanto fenómeno cultural. ¿Pero no era esa acaso también la circunstancia borrosa que con respecto a la cultura y la lengua norteamericana, a la cultura y la lengua latinoamericana, se hallaba Octavio Armand al momento de concebir la necesidad de escandalar y la necesidad de traducir a Mark Strand? ¿Qué soñaste primero, la necesidad de traducir la poesía de Strand o la necesidad de crear una revista?


Octavio Armand: He dado un vistazo a la segunda pregunta. En los próximos días, y en el poco a poco de mi más o menos, me pongo al bate, a ver si logro cumplir como un muchacho de San Pedro de Macorís. Pero me gustaría que aclararan dos asuntos. Primero, en el paréntesis de la línea: “se traducen las obras de unos autores borrando (traduciendo) consciente o inconscientemente, las obras de otros”, ¿no debiera ser “no traduciendo”, o sea que se traduce a unos y a otros no? Otra cosa, ¿debo entender que la escogencia de unos textos para ser traducidos, con exclusión de otros, implica que "toda revista borra en tanto fenómeno cultural"?


El concepto de 'escribir borrando', en mi caso, tiene una raíz caligráfica, no literaria. Viene de la infancia, de mis tropiezos con el Método Palmer. Más jóvenes, ustedes quizá no fueron sometidos a esa tortura. Yo sí. Mi caligrafía era pésima, como consta en dos crónicas sincrónicas: El Método Palmer como tragedia y El Método Palmer como tragedia. Un ejemplo: tenía que borrar mis excesos en los ejercicios de círculos y rayas, pues siempre irrespetaba dos de las líneas rectas paralelas del trigrama, la superior y la inferior, acatando la recta del medio solo porque me obligaba a atravesarla sin imponer límites, como si fuera una elástica frontera para mi ilimitado contrabando de garabatos. Imagino que aquellas frustraciones inspiraron la idea, praxis entonces, de escribir borrando. Escaramuza luego musa. Es decir, al cabo de los años apliqué lo desaplicado, traduciendo lo caligráfico a lo literario.

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https://www.viceversa-mag.com/marxismo-cultural-y-exilio-cubano-dialogo-con-octavio-armand/


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